Ya No Estoy Aquí.

Por *Verónica Orospe 


 Durante décadas, las culturas juveniles se han caracterizado por expresarse de manera colectiva a través de su ropa y su música, entre otras formas. Sin embargo, según el grado de distanciamiento con respecto a la cultura dominante con la que interactúa, una cultura juvenil tendrá dinámicas sociales más o menos conflictivas. La película “Ya no estoy aquí” retrata el punto de quiebre en la vida de Ulises, un joven regiomontano, que padece en carne propia los estragos de la “guerra contra el narcotráfico” de Felipe Calderón.

 En las periferias de una ciudad en guerra, un grupo de jóvenes marginados, que se hacen llamar los “Terkos”, busca el sentido de su existencia tocando, escuchando y bailando cumbia, género músical que llegó a Monterrey debido a los fenómenos migratorios provenientes de Sudamérica, que incrementaron marcadamente a partir de los años sesenta.

 Otra forma importante de diferenciación de la que echan mano, es su forma de vestir, que tiene influencia de los cholos de Los Ángeles. Los hombres, con pantalones muy anchos de tiro bajo, camisetas deportivas o camisas extra grandes y zapatos deportivos; algunos con penachos decolorados, flequillos rectos y cortos, y otros con gorras o sombreros. Las mujeres con pantalones muy cortos y ombligueras pegadas, muchas de ellas con paliacates en la cabeza y también con zapatos deportivos. El grupo también se diferenciaba por usar colores brillantes, texturas a cuadros o parecidas a las de un paliacate, vírgenes de Guadalupe y cadenas.

Para ellos, tiene sentido identificarse entre sí y diferenciarse del resto, sin embargo, en una sociedad que está marcada por la desigualdad y la violencia, son estigmatizados por otros grupos y otras clases sociales. Por otro lado, estos jóvenes se crean espacios y momentos para expresarse sin hacerle daño a nadie, a pesar de que sus espacios físicos son cada vez más limitados, sus casas son pequeñas y no tienen un espacio propio, y las calles están ocupadas por el crimen organizado. Esto último es una bomba de tiempo, que acaba por estallar debido a un malentendido en una vendetta que marca un antes y un después en la vida de Ulises.

A raíz de lo anterior, se ve obligado a abandonar su patria de manera ilegal, a dejar su estilo de vida, su novia, sus amigos y su familia. Su siguiente destino es Nueva York, que es un mundo al que no pertenece ni quiere pertenecer, con otro idioma, con otros códigos, sin dinero y sin oportunidades. Se puede observar que va experimentando un proceso personal amargo en el que deja de confiar en las personas, su piel se va engrosando y su añoranza va en aumento. 

Lin y Gladys, para mí representan un lado femenino empático con el protagonista, que es lo que hace llevadera su corta e infructuosa estancia en esa ciudad. Por un lado Lin, una joven de origen chino, muestra curiosidad y compasión. Y por el otro, Gladys, una prostituta colombiana, le da un apoyo más bien maternal. De cualquier modo, tanto en ellas como en los demás personajes del otro lado de la frontera, reina el individualismo y una diversidad cultural tal, que limita la identificación con el otro. Ulises nunca llega a adaptarse e, inevitablemente, regresa a su barrio, con el inconveniente de que en su ausencia todo ha cambiado. Él se da cuenta que ya tampoco pertenece ahí, ha perdido también aquello que había estado extrañando. 

Para mí, esta película mexicana habla de cómo las trayectorias de estos jóvenes mexicanos fueron incididas por las decisiones de dirigentes irresponsables, lo que lleva a que las dificultades con las que, de por sí, han empezado se intensifiquen injustamente. Esas supuestas “decisiones difíciles” les han arrebatado a estos jóvenes toda posibilidad de construir el futuro al que tienen derecho.

Escrito * Estudiante de la Maestría en Ciencias y Artes para el Diseño, UAM Xochimilco, Octubre 2020


Fotografía : https://www.razon.com.mx/entretenimiento/crudo-relato-indiferencia-social-identidad-18096






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