Dos ecos del maestro. Homenaje a Carlos Mijares (in memoriam). Por Pablo Quintero Valladares

Es claro que como universidad no nos explicaríamos sin la docencia. Sin embargo, vale tener presentes algunas otras maneras en que aprendemos. Y es desde ahí donde deseo compartir, en relación con Carlos Mijares, dos modos en que encuentro que él está presente dentro de nuestra comunidad académica.

Por una parte, un buen número de docentes y no pocos estudiantes tuvimos la ocasión de escucharle; ya hacia 1989 participó en un homenaje a Luis Barragán. Desde entonces, a lo largo de más de un cuarto de siglo, volvió esporádicamente para compartir su reflexión y su experiencia. Así, en tanto de alguna manera le aprendimos, por ello podemos hacerle presente. Si bien Carlos no fue mi maestro en la manera académica convencional, en otro sentido, ciertamente lo fue; por una parte porque, interesado en la arquitectura de ladrillo, estudié su obra pero, mucho más aún, porque en las largas charlas que acompañaron nuestra amistad, la arquitectura ocupó un lugar preponderante y cada ocasión era espléndida para poner en común el gozo y la pasión por nuestro oficio. Él compartía su experiencia (26 años de adelanto dan para mucho) y uno aprendía.

Un segundo modo en que encuentro que está presente Carlos Mijares entre nosotros es por su colaboración en el proyecto de nuestros Claustros de CyAD. Alrededor de 1998, cuando desarrollábamos el proyecto Eduardo Basurto y yo, en el ánimo de buscar que nuestro edificio fuese lo mejor posible y reconociendo la capacidad de análisis y crítica arquitectónica de Carlos Mijares, le pedí que fuese nuestro asesor. Fue así que, de un modo parecido a cuando revisamos los anteproyectos de los estudiantes y, portaminas en mano, vamos cuestionando las propuestas, señalando objeciones y planteando posibles caminos a explorar, así le visitamos en varias ocasiones hasta afinar los términos arquitectónicos generales. Me parece que esas sesiones contribuyeron a que el proyecto adquiriese mayor consistencia y rigor.

Extendiendo un poco este comentario, es claro que, aunque fue un brillante arquitecto, su horizonte vital fue más amplio. De cara a la amistad, cierto que la arquitectura era referente constante, pero no el único donde encontramos visiones cercanas; un ejemplo pequeño sería el ajedrez, pero, por otra parte, sin duda un gran espacio compartido fue la música; Mozart era un buen lugar de encuentro, como también lo fueron Mahler o Bach.

Abundando, como lo señalaba en otra ocasión, estoy convencido de que a Carlos no se le explica sin la fortuna de contar con Malena, su mujer; una persona verdaderamente excepcional. Menciono esta condición familiar porque fue un antecedente importante para un viaje espléndido y significativo a Portugal en donde convivimos Carlos y Malena; Carminha (mi esposa y también personaje maravilloso) y yo; también mis hijas, entonces niñas. Aquella cotidianidad intensa (de tres generaciones) resultó un magnífico refuerzo para la amistad. Fueron tres semanas a mediados del año 2000 donde poco a poco, sin prisa, fuimos descubriendo ese gran país poseedor de una vasta cultura y cuya gente es notablemente cordial. Destaco el monasterio de Batalha: recuerdo que después de recorrerlo, nos quedamos callados; recuperamos la plática más tarde acompañados de un vinho verde; entonces pudimos hablar con calma de ese prodigio.

Carlos Mijares, quien fue también un maestro dedicado y buen viajero, mantuvo un notable ritmo de conferencias. Quizás su sede predilecta fueron los talleres en los que durante años participó en Cartagena de Indias, esa hermosa ciudad colonial del Caribe. Cabe mencionar que ahí, además de las sesiones de trabajo con los estudiantes, encontraba ocasión para dos de sus grandes gustos: la tertulia y, en su muy amplio bagaje cultural, incluía su erudición y gozo por comida. Más tarde la salud de Carlos fue minándose; el fallecimiento de Malena, su gran compañera en la historia, fue una pesada ausencia para quien vivió convencido de la vida de pareja. Sobreponiéndose, fue ejemplar su inquietud por promover la cultura arquitectónica en México; siempre mantuvo su interés y dedicó la energía con la que contó hasta sus últimos días para promover ocasiones de conocimiento arquitectónico.

Finalmente, llegó un momento en que incluso la palabra, recurso que dominó con tanta fluidez, le costaba trabajo. Eso fue la oportunidad para, en las últimas visitas, recurrir nuevamente a ese otro ámbito compartido: la música, plataforma para despedirnos y adentrarse en lo inefable.

Abril, 2015

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